La Balística Identificativa y Comparativa, que está reconocida actualmente como una Ciencia de las que integran la Criminalística, tiene su origen en los Estados Unidos, a finales del siglo XIX gracias a los esfuerzos de Goddard, Walte, Gravelle, Fischer, entre otros, que con su investigación y esfuerzo, consiguieron unas incipientes técnicas que, partiendo de los medios más simples, se han ido perfeccionando, hasta los modernos laboratorios y los precisos aparatos que lo integran.
En 1835, en los orígenes de la policía británica, Henry Goddard por una protuberancia en una bala, identificó a través de su molde el origen de la misma. Había sin saberlo iniciado un método nuevo de investigación, con la ventaja de ser concluyente.
Las actas judiciales de Lincoln Assize hablan de otro pionero parecido a Goddard. Este hizo la identificación a través del taco de papel.
Durante el siglo XIX los dictámenes de los armeros y demás especialistas en armas de fuego, estaban basados si tal o cual arma podría disparar, si la carga era delantera o trasera, área de dispersión de los perdigones, si eran capaces de alcanzar un blanco a esa distancia, etc., eran simples opiniones carentes de rigor científico.
Es el profesor de Lyon (Francia) Alejandro Lacassagne (1889) el que estudia por primera vez las siete estrías de un proyectil extraído del cadáver de una persona asesinada.
Otro pionero, el polifacético médico de Berlín, Paul Jeserich realizó fotografías del proyectil extraído del cuerpo y del arma intervenida y los miró ambos con el microscopio, percatándose de los resaltes y de las estrías.
Es de señalar la preocupación judicial iniciada en aquella época sobre estos temas. Como botón de muestra vale el libro de Hans Gross, “Manual del Juez de Instrucción”, que dedica un capítulo enero de su obra al estudio de las armas de fuego. Recomendando a los Jueces de Instrucción realicen estudios de balística.
En la escalada de científicos en busca de una respuesta a la pregunta si el arma intervenida al sospechoso ha sido la que ha disparado el proyectil causante de la muerte, o lo que es lo mismo, que es lo que caracteriza el cañón de un arma, destacan hombres como el citado Jeserich, que recuperaba los proyectiles disparando en cestos de algodón y Richard Kockel (1905, Director del Instituto Forense de la Universidad de Leipzig), que fue luchador de una tendencia universalizante para la Medicina Legal, estudió trayectorias disparando contra láminas de cera y óxido de cinc.
Hasta llegar a la primera semilla de la balística Forense gracias al francés Balthazard (1912), profesor de patología forense, que publicó dos artículos:
– Identificación de proyectiles de armas de fuego.
– Identificación de casquillos de pistolas automáticas.
Cita las lesiones producidas en la vaina por el percutor y la pared trasera de cierre y la uña extractora, así como en la bala el rayado del cañón. No identificaba por el macizo o campo.
En el año 1913, el profesor de patología forense, Balthazard, observó que cuando un arma de fuego era disparada, el cañón y los sistemas de disparo podían dejar su impronta en los diferentes elementos del cartucho, y advirtió que, incluso en una fabricación en serie y con el mismo utillaje, su aspecto variaba hasta el punto de permitir la identificación. Los métodos entonces propuestos hoy nos parecen ahora incompletos y rudimentarios, pero eran suficientes en una época en que una fabricación menos precisa y rudimentaria traía consigo particularidades de importancia.
En aquellos momentos Balthazard identificaba los proyectiles (con independencia de los estudios dedicados a los otros elementos del cartucho) únicamente por las señales debidas al rayado del cañón y no tenía en cuenta las producidas por los macizos o campos, que, no obstante, se graban mucho mejor y, sobre todo, con más fidelidad. Son preferibles estas últimas, pues se encuentran en todos los casos, a despecho de las ligeras variaciones de los diámetros de los proyectiles, debidas a las tolerancias de fabricación y de la dureza de la envuelta y núcleo de la bala. Por ello, mereció las críticas de Cesir y Gennouceaux, pues las referidas tolerancias, tienen demasiada influencia en la cantidad y naturaleza de las impresiones marcadas en los proyectiles. Actualmente, se da más importancia a las improntas dejadas por los macizos o campos que a las señales dejadas por las estrías o rayas. Desde aquel año y con la memoria elevada al Congreso de Medicina Legal de París, se viene admitiendo en los tribunales de todo el Mundo, como prueba científica, y, sobre todo, como inestimable ayuda para la investigación policial, los dictámenes de los peritos balísticos.
Antes de los trabajos de Balthazard, el examen se refería únicamente al proyectil y los armeros llegaban muy raras veces a una conclusión cierta. En aquellos casos, se necesitaba que el arma tuviese un defecto muy marcado.
Un crimen fue causado por una bala que presentaba un surco, Renette consiguió identificar el arma que había disparado esa bala. El surco era causado por el punto de mira.
El doctor Rechter y el teniente coronel Mage estudian sobre identificación de proyectiles y vainas. Es el inicio de la moderna técnica. Analizan los efectos de la recámara sobre el cartucho.
Así, en el estudio de M. Gastine Renette, existía un surco profundo en un proyectil de plomo, causado por la extremidad del punto de mira, clavado tan profundamente en el cañón que rebasaba la superficie interna de éste
Fuera de estos casos excepcionales, los expertos lograban como máximo observar una concordancia de las características de clase; calibre, número y anchura de rayas. Absolutamente incapaces de diferenciar dos armas del mismo tipo, se veían obligados a formular conclusiones con reservas del tipo de la siguiente:
“El proyectil ha sido disparado por el arma recogida del lugar de los hechos (o incautada al inculpado) o por otras semejante”, lo que no resultaba muy útil para la investigación.
Cierto es que con anterioridad se habían realizado identificaciones, pero sólo por el taco, gracias a los restos de papel que se le pudieran intervenir al sospechoso.
En 1922 el neoyorquino Charles E. Waite, después de un laborioso trabajo de cinco años, poseía datos exactos, sobre todos los tipos de armas producidos en los Estados Unidos desde mediados del siglo XIX. Dio como resultado, el descubrimiento asombroso, de que ¡no existía ni un solo modelo de arma que fuese exactamente igual a otro!
Podía averiguar Waite la procedencia de cualquier proyectil si había sido disparado por un arma americana. Esto lo consiguió:
1º. Midiendo el calibre en fracciones de milímetros.
2º. Por la dirección de las estrías.
3º. Contaba y medía las estrías y los campos intermedios.
4º. Medía el ángulo de torsión de las estrías.
Esto no era suficiente había que llegar a una identificación más completa similar a la de las huellas dactilares. Waite conocía el proceso de fabricación de las armas. Así el cañón era fabricado y pulido en un bloque cilíndrico de acero y el estriado era producido por una cortadora automática de acero durísimo, que por muy perfecto que fuese, nunca sería posible fabricar dos armas exactamente iguales.
Con la idea de realizar estudios científicos se creó el primer Laboratorio Forense de Balística en Nueva York, “Bureau of Forensic Ballistics”. Junto con Waite, trabajaban Fisher y Gravelle.
Fisher diseñó el helixómetro; servía para inspeccionar el cañón de un arma de fuego; y el microscopio calibrador, que medía estrías y campos y la orientación de las curvas.
Gravelle (1925) dio un paso decisivo en balística al inventar el “microscopio comparativo”.
El microscopio comparativo es un instrumento que permite ver dos objetos, en este caso balas o vainas, en una sola imagen y a un aumento considerable.
Gravelle, con un ingenioso dispositivo óptico, unió dos microscopios, cada uno de los cuales servía para observar un proyectil. La insuficiencia de la memoria, quedaba así subsanada, pudiendo por tanto examinar a la vez dos proyectiles, uno junto al otro, logrando que ambos girasen, de modo que se pudieran contemplar con toda detención las coincidencias o las diferencias irrefutables.
El tercer colaborador de Waite fue Calvin Goddard, Doctor en Medicina, llevaría la Criminalística científica a las más altas cotas.
Goddard demostró que toda arma de fuego dejaba marcadas en los proyectiles unas señales características, con valor identificativo igual al de las huellas dactilares. También halló características en el culote de las vainas. Así como convenció que se podía crear una balística forense basada en principios de ciencia exacta.
Goddard esclareció por medio de la balística forense la matanza ocurrida el día de San Valentín el 14 de febrero de 1929; las pruebas balísticas, que resultaron innegables, fueron posteriormente confirmadas en 1961 por los científicos Weller y Jury.
En 1929, Goddard fundó un gran laboratorio nacional dedicado a la Criminalística científica, “Scientific Crime Detection Laboratory”. En cuatro años investigó 1.400 casos de armas de fuego.
El salto a Europa se produce a través de Gran Bretaña, donde se afianza a partir de un espectacular juicio, celebrado el 23 de Abril de 1928, donde se presentaron pruebas balísticas concluyentes al Tribunal, después de comparar, examinar y dispara cerca de 1.300 armas similares a la que se había encontrado en poder del principal sospechosos, y que sirvió para declarar un veredicto de culpabilidad.
El éxito alcanzado en dicho juicio, se difundió rápidamente por las capitales europeas, contribuyendo a la creación de laboratorios de balística en Lyon, Oslo, Berlín, Moscú y otras ciudades del mundo.
En todo el mundo se extendió una preocupación científica por la Balística Forense, destacando entre otras personalidades como la de Söderman en Suecia; en Francia el citado Balthazard y Locard; en Rusia, Suskin y Matweiev; en Alemania Brüning, Kraft, Mezger y Waixenegger; G. Rechter (1920) se hizo cargo de la dirección de la recién fundada “Ecole de Criminologie et de Police Scientifique” en Bélgica; en Egipto (1917) el Director del Departamento forense del Ministerio de Justicia, Sydney Smith, estudioso de los temas de Criminalística, poseía los mejores laboratorios forenses del mundo, aunque ignorados por todos los países, hasta que publicó el libro “Forensic medicina and Toxicology” basado en el microscopio comparativo.
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