¿Homicidio o suicidio?

En casos de muerte violenta la Policía, a veces, puede tener dudas en cuanto a la causa: si ha sido un homicidio o un suicidio.

En primera inspección ocular podemos intentar despejar la dudas examinando algunos aspectos que pueden arrojar luz sobre lo sucedido. Veamos cuáles son:

Características que suelen observarse en suicidios:

➜ Lugar muy concreto y determinado ya que la víctima elige el lugar

➜ Suelen dejar una carta

➜ Unos se desnudan, otros se ponen delante de un espejo

➜ La ropa no presenta violencia o destrozos

➜ Ausencia de señales de lucha

➜ Ausencia de señales de defensa

➜ Relación arma/lesiones muy clara

➜ Muchas veces las víctimas tienen antecedentes psiquiátricos.

Características típicas de los homicidios:

➟ Desorden en la habitación

➟ Vestidos desgarrados

➟ Señales de lucha

➟ Heridas varias

➟ Heridas de defensa

Para saber más:

https://escuelacriminologia.blog/acerca-de-escuela-internacional-de-criminologia/tecnicos-especialistas/tecnico-especialista-en-ciencias-policiales/

El modelo de Megargee sobre delincuentes violentos.

Uno de los modelos que más investigación ha impulsado en personalidad y violencia, ha sido el propuesto por Megargee en l966. Megargee sugirió que los delincuentes violentos podían dividirse en dos categorías: los sobrecontrolados y los subcontrolados. Según este modelo, la violencia ocurre cuando la instigación a la violencia, mediatizada por la rabia, excede el nivel de control de los sentimientos agresivos o impulsos de un individuo.

Los sujetos sobrecontrolados tienen controles rígidos contra la agresión, raramente agreden física o verbalmente ante provocaciones incluso muy serias; su agresión se va construyendo, se va llenando de resentimiento hasta que explota de cólera por cualquier razón en un hecho de gran violencia (sus víctimas pueden aparecer desmembradas, acuchilladas varias veces o con múltiples disparos); una vez liberada la tensión, el sujeto puede volver a su estado normal de tranquilidad y control. No suelen tener antecedentes delictivos. Son propensos a ser interpretados en los tests de personalidad como sujetos no agresivos y controlados, con personalidad no psicopática y, sin embargo, pueden encontrarse entre los delincuentes con agresiones y homicidios más severos. Así se entiende que jóvenes extremadamente violentos pueden ser diagnosticados en los tests de personalidad como poco agresivos y más controlados que otros jóvenes delincuentes moderadamente agresivos. Esta hipótesis del sobrecontrol demuestra que las variables de personalidad no son en sí mismas suficientes para explicar la violencia, sino que reflejan patrones de desviación o disposiciones que pueden incrementar la probabilidad de conducta criminal pero que no conducen de forma irrevocable a los actos violentos (Blackburn, 1993).

En contraste, los subcontrolados tienen más probabilidad de ser identificados con personalidades psicopáticas y con inhibiciones débiles de la agresión.  Responden agresivamente de modo habitual, incluso cuando la provocación sea mínima; en este caso la violencia desplegada es menor, aunque más frecuente, y puede ocasionalmente matar a la víctima.

Basándose en este trabajo, Blackburn (1971), en un estudio realizado con 56 asesinos internados en un hospital psiquiátrico penitenciario, distinguió las siguientes cuatro categorías elaboradas con el test MMPI: dos de sobrecontrolados (represores sobrecontrolados y depresivo-inhibidos) y dos de subcontrolados (paranoico-agresivos y psicópatas). Los represores sobrecontrolados exhiben un alto grado de control del impulso y de actitud defensiva, bajos niveles de hostilidad, ansiedad y síntomas psiquiátricos; los depresivo-inhibidos se caracterizan por bajos niveles de impulsividad, extraversión y hostilidad interna, y altos niveles de depresión. La clasificación de subcontrolados incluye al grupo de psicópatas con pobre control del impulso, alta extraversión, hostilidad externa, baja ansiedad y pocos síntomas psiquiátricos; y un grupo de paranoico-agresivos que también presentan alta impulsividad y agresión, pero se diferencian de los anteriores en la presencia de síntomas psiquiátricos, especialmente psicóticos.

La posición teórica con respecto a estos grados de control ha sido objeto de debate. Mientras que Bartol (1991) ha sugerido que la baja inhibición de los subcontrolados se corresponde con la proposición eysenckiana de que la conducta antisocial es el resultado de un fallo en la condición de control del impulso (lo que haría referencia a rasgos estables de personalidad), otros autores lo explican en términos de relaciones interpersonales. Blackburn (1993) ofrece un resumen más actual de estas posiciones: mientras que en los grupos de subcontrolados la probabilidad de la violencia se incrementa como resultado de su aproximación hostil y coercitiva en la solución de problemas interpersonales, en los grupos sobrecontrolados aquélla puede ser el último recurso cuando fracasan sus intentos de resolver la situación a través de la sumisión o evitación del problema.

Aunque, como vemos, la original clasificación de Megargee sobre sujetos subcontrolados y sobrecontrolados ha sido refinada y apoyada por la investigación empírica, es bastante poco probable que estas clasificaciones basadas en factores individuales puedan explicar en sí mismas el desarrollo del delito violento (mucho menos su etiología; en realidad sólo muy indirectamente estas tipologías pueden ser consideradas explicaciones causales de la delincuencia). La cuestión sigue siendo por qué ciertos individuos en ciertas situaciones cometen actos violentos como el asesinato, lo que requiere la combinación de factores personales y ambientales, porque como aseguran Cresswell y Hollin (1994) los factores impredecibles del ambiente pueden ser tan importantes en la determinación del número de fatalidades y captura del agresor, como su competencia, motivación e inteligencia.

Disfunciones prefrontales en asesinos.

RAINE y otros (1994) escanearon los cerebros de 41 asesinos, declarados inocentes por enajenación mental (o que incluso fueron incapaces de asistir al juicio). Estos cerebros se compararon con los de 41 personas normales que formaban el grupo control y que estaban equiparados en sexo y edad a los asesinos.        En este caso se utilizó la tomografía de emisión de positrones (TEP) para medir el metabolismo de diversas regiones del cerebro, entre las que figuraban la corteza prefrontal, es decir, la parte más frontal del cerebro. Además, se le fijaron a las personas escaneadas ciertas tareas que activaran su corteza prefrontal. Entre esas tareas fijamos algunas de tipo visual, ya que la visualización requiere que el sujeto preste atención y esté en actitud vigilante durante un período ininterrumpido, y es, precisamente, la región prefrontal del cerebro la que supervisa esta tarea de vigilancia.

Colores cálidos (por ejemplo, rojo y amarillo) señalizan las áreas en las que el metabolismo de la glucosa es alto o lo es la actividad cerebral, mientras que los colores fríos (por ejemplo, azul y verde) señalizan las áreas de baja actividad.

La diferencia más sorprendente entre los dos grupos se halla en la corteza prefrontal. Los sujetos del grupo control muestran mucha actividad, mientras que los asesinos presentan poca actividad en esa región. Por lo que respecta a la corteza occipital, las imágenes muestran una actividad semejante en ambos casos. Éste área del cerebro que forma parte de la corteza visual está activada porque a ambos grupos se les había fijado tareas visuales.

Podemos pensar que una baja actividad de la corteza prefrontal predispone a la violencia por una serie de razones:  

En el plano neuropsicológico, un funcionamiento prefrontal reducido puede traducirse en una perdida de la inhibición o control de estructuras subcorticales, filogenéticamente más primitivas, como la amígdala, que se piensa que está en la base de los sentimientos agresivos.

En el plano neurocomportamental se ha visto que lesiones prefrontales se traducen en comportamientos arriesgados, irresponsables, transgresores de las normas, con arranques emocionales y agresivos, que pueden predisponer a actos violentos.

En el plano de la personalidad, las lesiones frontales en pacientes neurológicos se asocian con impulsividad, pérdida del autocontrol, inmadurez, falta de tacto, incapacidad para modificar e inhibir el comportamiento de forma adecuada, cosas estas que pueden predisponer a la violencia.

En el plano social, la pérdida de flexibilidad intelectual y de las habilidades para resolver problemas, así como la merma de capacidad para usar la información suministrada por indicaciones verbales que nacen del mal funcionamiento prefrontal, pueden deteriorar seriamente habilidades sociales necesarias para plantear soluciones no agresivas a los conflictos.

En el plano cognitivo, las lesiones prefrontales causan una reducción de la capacidad de razonar y de pensar que pueden traducirse en fracaso escolar, paro y problemas económicos, predisponiendo así a una forma de vida criminal y violenta.

Pese a todo lo dicho, no deben confundirse los términos: ciertamente, hay una asociación entre disfunciones prefrontales y violencia, pero esas disfunciones sólo son una predisposición hacia la violencia; se requiere la existencia de otros factores medioambientales, psicológicos y sociales que potencien o reduzcan esta predisposición biológica.

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