RAINE y otros (1994) escanearon los cerebros de 41 asesinos, declarados inocentes por enajenación mental (o que incluso fueron incapaces de asistir al juicio). Estos cerebros se compararon con los de 41 personas normales que formaban el grupo control y que estaban equiparados en sexo y edad a los asesinos. En este caso se utilizó la tomografía de emisión de positrones (TEP) para medir el metabolismo de diversas regiones del cerebro, entre las que figuraban la corteza prefrontal, es decir, la parte más frontal del cerebro. Además, se le fijaron a las personas escaneadas ciertas tareas que activaran su corteza prefrontal. Entre esas tareas fijamos algunas de tipo visual, ya que la visualización requiere que el sujeto preste atención y esté en actitud vigilante durante un período ininterrumpido, y es, precisamente, la región prefrontal del cerebro la que supervisa esta tarea de vigilancia.
Colores cálidos (por ejemplo, rojo y amarillo) señalizan las áreas en las que el metabolismo de la glucosa es alto o lo es la actividad cerebral, mientras que los colores fríos (por ejemplo, azul y verde) señalizan las áreas de baja actividad.
La diferencia más sorprendente entre los dos grupos se halla en la corteza prefrontal. Los sujetos del grupo control muestran mucha actividad, mientras que los asesinos presentan poca actividad en esa región. Por lo que respecta a la corteza occipital, las imágenes muestran una actividad semejante en ambos casos. Éste área del cerebro que forma parte de la corteza visual está activada porque a ambos grupos se les había fijado tareas visuales.
Podemos pensar que una baja actividad de la corteza prefrontal predispone a la violencia por una serie de razones:
En el plano neuropsicológico, un funcionamiento prefrontal reducido puede traducirse en una perdida de la inhibición o control de estructuras subcorticales, filogenéticamente más primitivas, como la amígdala, que se piensa que está en la base de los sentimientos agresivos.
En el plano neurocomportamental se ha visto que lesiones prefrontales se traducen en comportamientos arriesgados, irresponsables, transgresores de las normas, con arranques emocionales y agresivos, que pueden predisponer a actos violentos.
En el plano de la personalidad, las lesiones frontales en pacientes neurológicos se asocian con impulsividad, pérdida del autocontrol, inmadurez, falta de tacto, incapacidad para modificar e inhibir el comportamiento de forma adecuada, cosas estas que pueden predisponer a la violencia.
En el plano social, la pérdida de flexibilidad intelectual y de las habilidades para resolver problemas, así como la merma de capacidad para usar la información suministrada por indicaciones verbales que nacen del mal funcionamiento prefrontal, pueden deteriorar seriamente habilidades sociales necesarias para plantear soluciones no agresivas a los conflictos.
En el plano cognitivo, las lesiones prefrontales causan una reducción de la capacidad de razonar y de pensar que pueden traducirse en fracaso escolar, paro y problemas económicos, predisponiendo así a una forma de vida criminal y violenta.
Pese a todo lo dicho, no deben confundirse los términos: ciertamente, hay una asociación entre disfunciones prefrontales y violencia, pero esas disfunciones sólo son una predisposición hacia la violencia; se requiere la existencia de otros factores medioambientales, psicológicos y sociales que potencien o reduzcan esta predisposición biológica.
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